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LA HISTORIA DEL UNICORNIO 3

domingo, 16 de diciembre de 2012 Autor: Christian. 1:09 a. m.

(De las narraciones del pasado y del futuro)

CAPITULO 3: LOS UNICORNIOS Y LOS HUMANOS



Los enfermos humanos o animales podían ser curados por los unicornios.

Un enfermo humano para que sea curado por ellos tenía que venir sólo o traido por sólo dos personas y estas dejarlo toda la noche a solas en un claro del bosque pues era, sólo así, que el unicornio aparecía y le curaba; aunque no se mostraba del todo, pues aprovechaba que durmiera, el enfermo, para rociar polvo de estrellas, que brotaba de su cuerno, en la zona afectada quedando curados instantáneamente.

Este polvo tenía la particularidad de sanarles y a la vez borrar del registro de su memoria el suceso. Cuando despertaban sólo sabían que estaban sanos: que antes llegaron heridos y ahora ya no lo estaban.

En el caso de los animales enfermos o heridos bastaba que se acercaran a la cascada en espera que apareciera el unicornio para sanarles.

Pero, ¿por qué los unicornios no querían dejarse ver por los humanos?

Una antigua historia relata que existieron un unicornio y un humano que se hicieron amigos, aunque el resto de unicornios no estaban de acuerdo del todo. Ambos vivieron como hermanos, sin embargo todo era un engaño, el humano quería ganar su confianza para matarlo y de ese modo obtener el cuerno mágico. Y cuándo se proponía a realizar tan nefando crimen, el unicornio se dió cuenta de ello escapando así, sin atacarlo, por la tristeza que le embargaba de la amistad traicionada y jurando desconfianza al humano, pues su corazón no era leal como el del unicornio. Fue desde aquel instante en que nunca más fueron amigos. Sin embargo sólo el corazón inocente de los niños más pequeños era capaz de contemplarlos, al ser nobles como ellos, pues con ello querían aun enseñarles a los humanos que deberían ser como ellos, los pequeños, puros y transparentes. Y curaban a los enfermos pues, aunque desconfiados, su espíritu noble de cuidar por el desvalído les movía a ello.

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